domingo, 22 de marzo de 2015

MUJERES PIONERAS




Cuando unas pocas mujeres “excepcionales” comenzaron a entrar en las universidades a mediados del siglo XIX, el debate en torno a la educación de las mujeres ya había atravesado por múltiples discursos de opresión y resistencia. Primero, filósofos y religiosos trataron de examinar a las mujeres para determinar si poseían alma o no, más tarde los científicos tomaron el relevo para analizar si era posible educarlas. No estaba muy claro si sus particulares humores lo permitirían. Avanzaron las investigaciones y se concluyó que efectivamente las féminas poseían alma y podían ser educadas, pero ¿del mismo modo que los varones? Su naturaleza especial demandaba una particular educación encaminada al cumplimiento de sus deberes naturales como madres y esposas de los ciudadanos.

La posibilidad de coeducación dio pie a nuevos debates, ya no se trataba del ¿pueden? -las mujeres con su presencia en las universidades retaron discursos sobre cerebros de escaso diámetro o poco pesados, discursos de escasa variabilidad o energía cerebral absorbida por demandas reproductivas-, ahora pues el ¿pueden? Fue complementado por el ¿deben las mujeres estudiar?, ¿no se les atrofiarían los órganos reproductores al dedicar demasiada energía al cerebro?, ¿no tendrían desajustes hormonales o menstruales?, ¿no perderían su feminidad, su encanto, convirtiéndose en mujeres barbudas (a lo Kant) o histéricas bajo complejos de masculinidad (a lo Freud)?, o lo que es peor, ¿no descuidarían sus deberes reproductivos y maternales llevando a un auténtico “suicidio de la raza”?

Con Freud, la mujer vuelve a situarse como “lo Otro” –diferente e inferior- del sujeto del discurso (Beauvoir, 1949/1998), esta vez, como un “varón castrado imperfecto.”
 Para más información consultar la tesis de Silvia García Gauder. 

Universidades como Cornell, Chicago, Pennsylvania, California o Yale fueron las únicas universidades coeducativas que reconocieron oficialmente doctorados a mujeres antes del paso al siglo XX.

Hoy podemos decir que, a pesar de la invisibilidad que todavía persiste, existen mujeres de reconocido renombre internacional, por sus aportaciones a la ciencia y la cultura, gracias a que han podido estudiar en igualdad de condiciones.